Muchas veces observo cual Espinete cómo diversos personajes se refugian en la música para tratar de explicar, no sin poco esfuerzo, situaciones de índole personal, político, económico…
Es curioso cómo siempre aluden a la » orquesta » para poner nombre esa » mano negra » o a ese » anonymus » al que, sin embargo, todos ponemos nombre y hasta apellido, no por nuestras » artes adivinatorias » sino más bien porque el omnipotente emisor… se encarga de esclarecernos el » enigma » despejando cualquier atisbo de duda posible.
Desde el ingenioso » pianista » hasta el antiguo director del archiconocido diario » El Mundo «, son cuantiosos los personajes que » se fusionan » con la música para » acompañar » esos momentos difíciles que solo las cuerdas de un noble instrumento como el violonchelo… son capaces de ahogar.
Es curioso que quien acude al mundo del arte para » elaborar » sus » partituras » nunca hace mención a su grado de responsabilidad en el proceso.
Mis oídos deben estar desafinados porque es rara la ocasión en que alguien reconoce abiertamente haber desafinado.
No te equivoques. Soy de esos elfos que piensan que desafinar, a veces, es de lo más saludable.
Si nadie lo hiciera… sería más aburrido que inyectarse en vena una temporada de » Gran Hermano » así… sin anestesia ni contraste.
Aún hoy recuerdo como quien recuerda la marca del coche con el que aprendió a conducir, bueno la marca, el profe… qué leches… hasta el examinador… la primera boda a la que acudí en mi tierna infancia.
Recuerdo con una asombrosa exactitud, aquél imponente » violonchelo » que arropaba la » gloriosa » bienvenida » a los allí presentes.
En realidad aquella melodía… en aquél privilegiado paraje en tierras vascas… es lo que aún hoy, tropecientos años después… permanece en mi retina con la fuerza de Nelson Mandela de camino hacia su libertad.
El caso es que el listón de la música resuena tan alto… si, mucho más que el » mágico » sonido de la acordeón de Maria Jesús… más incluso que la Filármónica de Berlín… y cuando realmente exponen las interminables planchas que a continuación se detallan sin clave de sol… sin corchetes ni bemoles, la flauta mágica va cayendo a la altura de las ranas, y la orquesta se va desinflando a ritmos acelerados, como quien es espectador de la más ligera » sesión del Gobierno «… hasta que aquellas impolutas copas de Martín Berasategui acaban reventando de estupor.
Por favor, la próxima vez que quieras utilizar a los vástagos de la genial Euterpe, no olvides que no hay mal director… sino instrumentos poco afinados; no hay malas partituras… sino erróneas interpretaciones; que no hay batutas defectuosas… sino más bien códigos personales que a lo largo de la obra han ido perdiendo oído, olfato… incluso la ilusión.
Tú decides. ¿ Ser el » Pablo Sarasate » o » El lago de los cisnes ?.
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